Cuando la conocí las lágrimas de los
dioses se llenaron de luz, y solas se recogieron queriendo sustituir la naturaleza
de la luna. Al lado del sol dejé todas mis estructuras y cegado por él me
edifiqué una nueva luz a fuerza de su envidia.
Mi alimento, que ya no provenía de él,
se fue acoplando a lo que generaba su sonrisa y por su complacencia fui
redefiniendo sus sentimientos a las coordenadas que su naturaleza le dictaba
mientras comenzaba a amarme.
Las horas se dibujaban sin tener
sentido de ellas y comprendí la ausencia de la realidad y la vigencia de la
filosofía.
Construyendo una teoría sobre la posesión
de sus manos mis ojos se extendían hacia
donde su memoria llegaba y de ella tomaba un solo vínculo que hacia mi corazón
se dirigía
Cuando dormía la espiaba y todos los
astros alrededor aparecían queriendo atraer su naturaleza mientras la defendía.
Sus sueños eran una guerra para mí de la que me sentía orgulloso por preparar
una madrugada digna que sirviese de bálsamo a su amor
Ver sus ojos despiertos era profundizar
en una segunda naturaleza que rectificaba los paralelos de la tierra para
dotarla de un arcoíris interminable, esa mirada me concedía la inconsistencia
de la verificación del sentido objetivo y una introspección instantánea a un
instinto totalizador.
La amaba, y en esa sensación mi
vigencia oscilaba, desde el cielo hacia la tierra, amando el aire en su alma y
la belleza en su cuerpo
Realmente la amaba, y cuando
correspondía me intercambiaba al azar para sentirme distinto y poder
experimentar la ausencia de suerte cuando quería verificar su coincidencia.
La amaba y la sentía, y la estructura
del sol ya no me lo permitía, cegado la perdí y con ella toda su melodía, ahora
de noche la luna disuelve su armonía...
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